martes, 27 de enero de 2015

FOTOS INSTITUTO

Estas fotos corresponden al 6º Curso y aunque están realizadas en el Instituto de Martiricos, nos trasladamos a este centro desde Gaona en el tercer trimestre del 4º curso y por lo tanto inauguramos el Instituto de Martiricos.
Las fotos aparte de los recuerdos que conllevan tienen más importancia por la presencia de algunos de nuestros antiguos profesores. 
En cada imagen sería excesivo el asignar nombres a todos los compañeros por lo que me he limitado a la reseña de profesores y algún alumno.
Espero que gusten.
En la fuente con Felicísimo bebiendo
Aquí con D.Luis Romero

Aquí estamos con D. Angel Blazquez 

Aquí aparecemos con D. Estebán Cebrián y D. Luis Romero y podemos ver a José Infante famoso poeta y cronista de temas culturales de TVE (2º de pié por la derecha) y Felicisimo que que esta a la derecha de D. Estebán. Felicísimo creo recordar que fue Director  General de Correos.

En esta foto aparece D. Jesús Marín profesor de Física y Química, y compañeros de 6º curso

VISITA AL INSTITUTO

Este grupo de ex alumnos del Instituto de Gaona (1954-1960) tiene la buena costumbre de reunirse periódicamente para comer y para sanar las nostalgias, recordar a los amigos y brindar para que los años que nos queden (que sean muchos) podamos seguir compartiendo nuestras pasadas vivencias y nuestras actuales dolencias.

La reunión del pasado 20 de enero fue muy especial porque, antes de celebrar la comida reglamentaria, visitamos nuestro Instituto, el mismo que habíamos dejado hace ya cincuenta y cinco años.

Nuestro anfitrión fue el profesor Víctor M. Heredia Flores (autor del libro "Gaona. De congregación de san Felipe Neri a Instituto de enseñanza secundaria") que había gestionado previamente el permiso de entrada al Centro y que actuó como "guía de lujo", salpicando nuestro recorrido por los patios, pasillos y estancias con curiosos datos, valiosas informaciones y simpáticas anécdotas.

De izquierda a derecha: Francisco Fernández Torreblanca, Andrés Vázquez Lobato, Víctor M. Heredia Flores, Antonio Sánchez Muñoz, Rafael Vertedor Sánchez, Miguel Valenzuela Martín, Ramón Bonilla Galdeano  Ricardo de la Torre Martín, Jesús Vergé Lozano, Francisco Almodóvar Herrera, Francisco García Aguilar, Carlos Navarrete Trigueros y Gaspar Gil Rivas. 

La visita finalizó en el pequeño local que recoge el archivo del Instituto, donde Víctor Heredia ha realizado una encomiable labor de clasificación y ordenamiento.
De forma amena nos  hizo una descripción de los documentos que allí se guardan, mostrándonos algunos de los más interesantes y curiosos. 



Legajo de certificados de limpieza de sangre, exigibles para el ingreso en el l Real Colegio naval de san Telmo

(A propósito, recomiendo la lectura de una entrada de Rafael Vertedor en este blog, con fecha 9 de setiembre de 2012 titulada "El archivo de Gaona")

Desde estas líneas quiero agradecer al profesor Víctor M. Heredia, en mi nombre y en el de todos, la dedicación a nuestro grupo en el retorno -por unas horas- al viejo y entrañable caserón de Gaona, donde transcurrieron algunos de los años más importantes de nuestras vidas



viernes, 16 de enero de 2015

EL INCONVENIENTE DE SENTARSE EN LUGAR INADECUADO

Era viernes, 16 de octubre de  1959 y comenzaba el 6º curso de bachillerato que, como todos los anteriores, cursaba en el instituto de Gaona.

Valga como prolegómeno mencionar mi especial visión de don Eduardo García Rodeja en aquellas fechas. 

A pesar de haber superado sin novedad el año anterior sus exigentes criterios en química de 5º de bachillerato (sobre todo en la orgánica), la figura del ilustre catedrático me sobrepasaba; sería el prestigio de su magisterio, su fama, su estricta seriedad o todo eso en conjunto; pero esa impresión –seguramente también porque sólo tenía quince años recién cumplidos- no era (como debiera haber sido) de orgullo por disfrutar de tan gran profesor sino de temor, de tensión extrema que me impedía aprovechar sus lecciones debidamente.

Estábamos en clase de Física y era más o menos mediodía cuando sucedió:

Don Eduardo, se aproximó a la balaustrada  que rodeaba el entarimado que marcaba su territorio y, apoyándose sobre ella,  pronunció mi apellido añadiendo una frase que me sonó como una sentencia de muerte:
-¡Levántese!

El mundo se me vino encima porque no sabía por dónde vendrían los tiros, pero como un resorte, aunque con las piernas temblando, cumplí la orden;

Don Eduardo levantó la mano señalándome acusadoramente (eso me pareció) y, con voz estentórea, dijo:
-¡Ahí, ahí donde está Navarrete, se sentaba mi  alumno Severo Ochoa que acaba de obtener el premio Nobel de medicina  de este año!

(Ahora me pregunto si la prodigiosa memoria de don Eduardo podría recordar el lugar exacto  en que se situaba un alumno -aunque fuera excelente- del año  1921)

Mientras yo no sabía si permanecer de pie o si sentarme,  pero con el ferviente  deseo incumplido de poder esfumarme, don Eduardo hizo un panegírico del profesor Severo Ochoa y terminó comentando que -como en aquella época- él continuaba explicando su asignatura con la misma ilusión, que seguía cantando y bailando la física y química para hacerla más asequible a sus alumnos.

Han pasado cincuenta y cinco años de este episodio  y todavía recuerdo aquel  amargo momento para mí.
Paco García Aguilar, condiscípulo y amigo, que lo vivió como espectador me lo ha recordado recientemente.


Por eso lo traigo hoy, aquí, a colación