sábado, 15 de septiembre de 2012

GÉNESIS



Don Carlos J. Mielgo Hergueta era, en los años sesenta, catedrático de dibujo en el instituto de la calle Gaona de Málaga y al evocar su recuerdo, me llega rodeado de la misma aureola de humanidad con la que en aquellos años lo percibía.

Nunca supe el significado de la “J.” tras su nombre de pila, pero Don Carlos tenía lugar en su persona para todos los nombres y apellidos que hubiese querido, pues sus más de dos metros de altura, iban armonizados con su infinita paciencia para la enseñanza de las artes plástica, que nos hacía llegar a amar. Durante sus clases, era normal verle siempre de pupitre en pupitre mientras con gesto amable, enseñaba aquello que no eramos capaces de plasmar en el papel.

Aunque yo no tenía mala mano para el dibujo, todas mis aptitudes se vinieron abajo el día en que nuestro hombre colocó sobre una plataforma, una palmatoria con una vela y a su lado una granada madura, mientras decía: Hoy vamos a hacer algo distinto... Vamos a pintar la naturaleza viva.

Me quedé ante la lámina sin saber como iniciar la pintura, pues en los dos intentos que hice, el modelo salió desproporcionado y sin perceptiva, por lo que – papel en mano – me dirigí al catedrático en demanda de auxilio.

Don Carlos, tomó mi lápiz y en menos de lo que tardo en contarlo, hizo - como por arte de magia - un diseño que era casi una fotografiá del original, mientras me aleccionaba sobre el punto central, las distancias y las proporciones. Apenas hube de hacer unos cuantos retoques para que la imagen quedase – a decir de los compañeros – perfecta, aunque todo el mérito fuera del maestro.

Pero llegó el tercer curso y con él, el maldito dibujo lineal. El tiralíneas, la tinta china, el cartabón, la escuadra... Desde entonces admiré a los delineantes.

Era espantoso, intentar hacer una simple linea de puntos sin errores o realizar las reproducciones en “perceptiva caballera”, con planta, alzado y perfil... Aún recuerdo con horror, un tornillo exagonal que hube de dibujar, con el que llegué a tener hasta pesadillas nocturnas...

Un día, Don Carlos entró en clase y en tono coloquial nos dijo: Hoy vais a iniciar un dibujo libre, para entregar la próxima semana.
¿Libre... ? - preguntanos - Así es. Pintad lo que queráis y como queráis... Luego cada uno habrá de explicármelo.

Aquel fin de semana, decidí vengarme de la maldita tinta china y usando todas mis acuarelas, me apresté a pintar un cuatro abstracto.

La pintura, era una amalgama de todos los colores imaginables, hechos de forma que no significaban nada, pero que – como todo lo que nada significa – podía ser interpretado de infinitas formas.

El engendro, al que titulé “Génesis”, tenía en su centro un inmenso triangulo - lo único comprensible - del que parecían salir algo similar a rayos y, en su parte inferior, una forma que se asemejaba a una serpiente.

Tu me dirás... - dijo Don Carlos mientras contemplaba aquella incongruencia - Pues verá - comencé - Como su nombre indica, el cuadro representa la creación... Ese triángulo es el ojo de Dios y los colores que mezclados se sobreponen, son el caos de los elementos antes de ser creados por los rayos que salen del ojo divino. Esto de aquí - dije señalando lo que, con mucha imaginación, recordaba a una serpiente - es el pecado, siempre presente en el mundo...”

Don Carlos - más atento a la explicación que al dibujo - escuchaba con una media sonrisa y una vez concluidos mis esotéricos razonamientos, dijo:

- Me gusta tu obra. Tanto que voy a calificarla con un diez... Ante mi cara de satisfacción aclaró - La pintura la puntúo con un dos, el resto es por la explicación... Y luego concluyó sonriendo: - Tu mundo no es el del arte, sino el de la oratoria...

Creo que Don Carlos en lo primero acertó de lleno y, desde ese día, nunca más volví a sentir la tentación de hacer ninguna pintura abstracta, ni de cualquier otra clase...
                                                                                        J.M. Hidalgo











domingo, 9 de septiembre de 2012

El Archivo del Gaona

El pasado día 7 de Septiembre tuve la oportunidad de visitar el Instituto de calle Gaona, 52 años después de haber terminado el Bachiller Superior de la época. No había vuelto a este centro desde entonces  y estaba de nuevo allí  invitado por Don Victor Manuel Heredia Flores que se había ofrecido a enseñarme el archivo del Instituto.

El nuevo curso no había comenzado aún. Entramos al Instituto por una puerta próxima a la entrada principal que estaba cerrada. Mi primera vista del patio fue ésta


No pude dejar de sentir cierta emoción y mi primer recuerdo fue para nuestro desaparecido amigo José Antonio Villegas Alés. Me vino a la memoria que en este mismo banco adosado a la pared, estábamos sentados un día Jesús Verge Lozano y yo y le hicimos una pequeña trastada a la cartera de José Antonio que la había dejado sobre el banco, mientras jugaba en el patio con otros compañeros.

Victor y yo hicimos una pequeña visita al edificio sin entrar en las aulas, antes de dirigirnos al archivo. Pongo aquí algunas fotos:


La que sigue es de la primera planta


Después de la corta  y para mí emotiva visita, nos dirigimos al archivo donde quedé impresionado por la labor de organización que ha hecho Victor Heredia dedicándole su esfuerzo y su cariño para organizar los legajos que se encuentran allí, algunos de ellos sorprendentes y que van más allá de expedientes de ex-alumnos.

Pero mejor que veamos el vídeo que tuve la oportunidad de grabar mientras disfrutaba de las explicaciones de Victor. Lamentáblemente, había una obra en la calle cuyo ruido llegó a ser recogido por el micrófono de la cámara pero si no ponemos el volumen demasiado alto no se notará demasiado.

Desde aquí quiero dar de nuevo las gracias a Victor Manuel Heredia Flores por su gentileza en invitarme a visitar el archivo y obsequiarnos con un ameno relato, haciendo un esbozo de la historia y el contenido del archivo.